Somos una sociedad que nos hemos negado el derecho a la verdad, por nuestro añejo adormecimiento de participación social. Ante la falta de información de los lamentables hechos ocurridos en el TEC, el pasado viernes 19 de marzo del 2010, solo nos quedan las preguntas sin contestar. Esta nota periodística del Sr. Guillermo Colín, del periódico MILENIO destaca las inumerables dudas y las sombras de los líderes involucrados en la conducción de los destinos de la sociedad.
¿Cover up entre marchas y desplegados?
Luego de las peores jornadas de narcoviolencia en los anales de la lucha contra el crimen organizado en Monterrey, que datan desde el apotegma del neopanista Canales Clariond, “los narcos nos hacen los mandados”, hasta el “hay que acostumbrarse a ellos” de González Parás, la novísima y ahora sí inédita estrategia del Gobierno de NL incluye desplegados y marchas autoconvocadas por el gobernador Medina para exigirse a producir resultados (¡!). Todo en medio de un presumible cover up sobre una pifia del Ejército al abrir o repeler fuego en terrenos del Tec con estudiantes por todos lados. Dos fallecen. Los hacen ver como sicarios primero y un día después sus deudos los reconocen. Pero la madre de uno de ellos afirma fue torturado antes de morir. Nadie menciona ni a susurros la autopsia de ley. Una bomba de potencial repercusión, internacional incluso. Se tambalea el teatro bélico Calderón-Janet Napolitano para legitimar una mayor militarización del país.
De ahí que el paliativo a la tragedia del emblemático Tec trajo hasta a la mismísima primera dama a presentar discretas condolencias y al secretario de Gobernación a meter más la pata (“cayeron del lado del Ejército”). Todo para calmar a las elites alteradas en momentos que en secreto ya se está dando el cambio de estrategia exigido por muchos en la fallida guerra contra el narcotráfico... pero no en dirección a la legalización regulada. Se trata, según indicios (cfr. Raymundo Rivapalacio, El Financiero, 24/03/10) de transferir a Washington los hilos finos de la inteligencia de esta guerra sin sentido con la consecuente merma de soberanía.
Mientras tanto en auxilio del gobernador Medina, al estilo del priismo corporativista, docenas de membretes acarreados (tan representativos como la “Asociación Wu-Shu”) ofrecen en desplegados patrocinados por el Gobierno del estado, apoyar aún más (sic) a los tres niveles de Gobierno y –redactado en la lírica del bolero despechado–, prometen el “desprecio” contra los provocadores de violencia. El Ejecutivo convoca en delirio de ingenuidad a una marcha para exigir que “cesen las agresiones”... pero no señala a qué gobernador reclamar o a qué fuerza armada. En el desconcierto, cesa a los penúltimos 81 agentes en la de por sí inútil Secretaría de Seguridad pero no hay consignados, ni se toca a los presuntos polizetas de las patrullas 381 y 472 de la policía regia que, según diversos medios, apoyaron con otros el narcocaos vial... Y el munícipe regio Larrazábal mira con socarronería la lluvia de balas que se lleva en el estruendo los señalamientos que amenazaban con incriminarlo en el escándalo de su ex director de Alcoholes, presunto zeta según la Marina.
El rector Rangel Sostmann vivió su waterloo seis largas horas después de la incursión del Ejército en el siempre amordazado Tec (“proponer en lugar de protestar”), para luego desdecirse al día siguiente con un fatal anuncio: dos estudiantes sí fallecieron. Y pide disculpas, omiso que éstas no se piden, se ofrecen. Pero el gazapo es el menor de sus yerros. La radio Frecuencia Tec todavía ayer en medio del luto emitía salsa y merengue censurando mencionar los sucesos.
Rangel, con el valor civil amojamado, obvia reclamar siquiera pro forma el allanamiento a manos del Ejército del campus a su cargo (una propiedad privada protegida por el dieciséis constitucional), incursión a la postre de trágicas consecuencias. Aferrado a un equívoco control de daños omite reconocer el heroísmo de los guardianes del Tec que a riesgo de sus vidas impidieron más fatalidades entre los estudiantes. La comunidad queda en deuda con ellos. El titubeante comportamiento de Rangel Sostmann se extendió hasta la ceremonia luctuosa, donde en un discurso errático en memoria de los fallecidos (“valió la pena ir a reclutar muchachos a Saltillo”) finalizó con un lapsus: “¡Felicidades!”.
Muchos catedráticos y estudiantes mordieron el polvo de indignación por la falta de un liderazgo más representativo, impedidos de manifestarse salvo a título personal por la ley mordaza del Tec que se los prohíbe. A excepción de la UDEM que con extremo cuidado “lamenta los hechos dados a conocer por el Tec” y eso apenas ayer, fue notoria también la ausencia de solidaridad pública del resto de centros educativos con su contraparte académica, quizá en eco involuntario al elitismo encasillante del ITESM.
De lo rescatable, el gobernador Medina el domingo se invistió de dignidad: “Solicité al Ejército Mexicano extremo cuidado en los operativos. La ciudadanía no se puede ver afectada y no pueden ocurrir este tipo de cosas”. Pero ya el lunes sucumbió a la línea y justificó: “...los enfrentamientos dentro de las áreas urbanas pueden afectar a la sociedad civil… pero se trata de hechos que las autoridades civiles o militares no buscan...”.
El recuento de la tragedia y sus secuelas revela un desgastado tejido social y liderazgos regios sin arrestos, muy pequeños para los retos de la hora.
La población golpeada de zozobra y ayuna de alternativas denota por otro lado una sumisión preocupante proclive al estado de sitio que voces insensatas ya convocan. Ilustrativo fue que una de las madres de los fallecidos, después de reconocer acribillado a su vástago, sin asomo de protesta y muy lejos de las madres de Juárez que imprecaron al Presidente por la pérdida de sus hijos, se expresara con mansedumbre insólita: “Le pediría al Ejército, consciente de que ellos hacen su trabajo, pues que lo hicieran con más cuidado, con más precaución para no afectar a gente inocente”. Gente inocente... como su único hijo que nunca volverá a ver.
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